El capitalismo popular es el relleno sanitario dónde el capitalismo arroja a los pobres del siglo XXI: Es la válvula de escape del sobrante social en el “espontáneo” capitalismo popular, un mercado residual que se sustenta solo sobre la base de la flexibilización laboral y en la coerción parainstitucional.
Por Juan Grabois, abogado y fundador del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) para www.agendaoculta.net
Hace unos días, un amigo me acercó un artículo de Mario Vargas Llosa titulada “El Orden Espontáneo”, cuya lectura recomiendo (http://elpais.com/diario/2011/12/31/opinion/1325286011_850215.html). El autor realiza una pintoresca descripción del barrio limeño de Gamarra, reivindicando las relaciones mercantiles “espontáneas” que se desarrollan en esa suerte de Salada peruana. El ensayo es una apología sorprendentemente explícita de la bondades de una economía informal des-regulada y una defensa cerrada de lo que él mismo denomina “capitalismo popular”. En la tradición del economista peruano Hernando del Soto, Vargas Llosa cree encontrar cierta base proletaria para el liberalismo latinoamericano y está entusiasmadísimo con la legitimidad moral que los “emprendedores pobres” le dan a su ideario antiestatista.
Vargas Llosa está lejos de ser un “mesianista autoritario” que se limita a manifestar de “manera tajante sus posiciones liberales”, como lo caracterizaron sus pares argentinos con un poco de envidia. Es, por derecho propio, uno de los grandes de la literatura mundial contemporánea. Es, además, un sutil analista de las tendencias generales del desarrollo histórico latinoamericano y, en política, un “intelectual orgánico” a la fracción liberal de la burguesía tercermundista. Sus novelas de temática “revolucionaria” (La Historia de Mayta, La Guerra del Fin del Mundo, etc.) no son panfletos reaccionarios sino complejas parábolas que, casi con melancolía y conmiseración, enseñan cómo las pulsiones intensas de justicia social (fanatismo le dice) están fatalmente destinadas a terminar en tragedia, comedia o farsa. Pese a ello, pocos autores describen con semejante potencia artística los padecimientos de los pobres latinoamericanos y el paisaje de la miseria en la región.
Esta peculiar ubicación suya en el campo cultural hace doblemente interesante el artículo. El autor no solo aborda un tópico bastante oculto en la agenda ideológica; lo hace, además, desde una perspectiva harto provocativa para el pensamiento conservador, asociado a la “derecha” en un reduccionismo que conviene, y mucho, al sostenimiento real del status quo. Así, en vez de estigmatizar y denunciar indignado el fraude marcario, la evasión impositiva y la competencia desleal, se deshace en elogios frente a esta versión popular y folclórica del más rancio laissez-faire y la reivindica como respuesta ejemplar frente la crisis de la sociedad salarial.
Casi de paso, el influyente intelectual instruye sobre qué debe hacer el Estado ante esos inevitables “pobres que al no encontrar trabajo, tuvieron que inventárselo”: dejarlos que se ordenen espontáneamente, no interferir, no regular, permitir el libre desarrollo, el espíritu emprendedor que dormita en el alma del Pueblo. Este cuadro de prosperidad pericapitalista invisibiliza, sin embargo, algunos aspectos que desde una perspectiva popular no podemos dejar de denunciar:
* Los trabajadores pobres no encuentran empleo en el mercado formal porque el crecimiento de la “masa marginal” es inherente al desarrollo capitalista contemporáneo.
* La clase de trabajo que “se inventan” los pobres se caracteriza por niveles de precariedad que ofenden la dignidad humana.
* Los que prosperan en el capitalismo popular son los que dejaron de ser pobres y ya no “se inventan” el trabajo, sino que le inventan el trabajo a otro. Este tránsito de autoexplotado a explotador implica necesariamente la aplicación de “coerción directa extraeconómica” propia de formas de producción preceptistas como mecanismo principal de extracción del trabajo excedente.
Como sostiene el pensador argentino José Nun -cuya tesis de “masa marginal” pretendo reseñar en un futuro artículo- el capitalismo, en su fase monopolista, crea una superpoblación no funcional a las formas productivas hegemónicas. Es decir, el desarrollo demográfico de la población queda desacoplado del de los medios de empleo que ofrece el Capital concentrado. Los efectos de este desacople, afirma, no son necesariamente funcionales para el sistema.
En este sentido, Nun tuvo la audacia de enfrentar el hiperfuncionalismo de izquierda afirmando que los marginados de hoy no están plantados deliberadamente por el Capital para maximizar su tasa de ganancia, regular la baja los salarios de la clase obrera o proveer brazos durante los periodos de auge industria. La legión de trabajadores excluidos no constituye hoy el “ejercito industrial de reserva” descripto por Marx en el Capitulo 23 de El Capital. En criollo, que en el capitalismo, los pobres pobres simplemente sobran y como todo deshecho, si no se lo contiene adecuadamente, estorba. El capitalismo popular es, sin duda, el relleno sanitario dónde el capitalismo arroja a los pobres del siglo XXI.
Siguiendo con la analogía, la existencia de residuos humanos genera una serie de negocios colaterales que el Capital sabe captar rápidamente. Al igual que la gestión de los residuos permite el desarrollo de un sin número de negocios vinculados a la disposición, transporte, tratamiento y reciclado de residuos, la gestión de los residuos humanos también permite el desarrollo de negocios paralelos.
No obstante, así como el principal destino de los residuos son los rellenos sanitarios, la válvula de escape del sobrante social es el “espontáneo” capitalismo popular, esos mercados residuales que no podrían desarrollarse en las condiciones jurídicas vigentes porque se sustenta únicamente sobre la base de la flexibilización laboral y en la coerción para-insticucional.
Cuando Vargas Llosa reivindica admirado el liderazgo de Cucaracha (“uno de los capos indiscutidos de una de las cárceles de Lima durante muchos años”) está reivindicando tácitamente la aplicación de formas para-policiales de coerción. La presencia de Cucaracha en reemplazo del Estado es lo que garantiza que Tiburcio (“que sobrevivió vendiendo chupetes por las calles, y que ahora alquila tiendas y talleres de manufactura en estas calles por dos millones de dólares al mes”) pueda obtener una renta extraordinaria de sus establecimientos, beneficiados de una licencia para-institucional que le permite a su inquilino evadirse de todas las leyes laborales y explotar el trabajo de miles de costureros. El capitalismo popular es el capitalismo que sólo rinde económicamente si se evade de la ley.
Cucaracha, Tiburcio y su inquilino son el bloque dominante del capitalismo popular pero no el único que existe. Detrás de ellos viven oprimidos miles de costureros, feriantes pobres, subinquilinos, etc. Una masa heterogena de marginados que viven en la desesperanza, a merced de los héroes vargallosianos. Ellos no aparecen en el artículo del brillante novelista.
Las diferencias al interior de las comunidades pobres, laescarificación de la pobreza, no se le escapa a Vargas Llosas como a un occidental las diferencias entre un chino y otro.
La estratificación de la pobreza es un dispositivo deliberadamente fomentado por los sectores dominantes para “afuncionalizar” a los potenciales del capital. Es una estrategia, ahora sí, deliberada. La planificación y socializacion de los economía popular, aunque no represente un ataque directo para el capital monopolistico, está vedado de la agenda pública porque representaría un antecedente peligroso en la lucha estratégica por una sociedad sin explotados ni explotadores.
Lejos de sorprender, la posición de Vargas Llosa, debe ser ponderada como un claro ejemplo de coherencia ideológica. Lo que debería sorprender e indignar es que, desde el campo popular, demos casi siempre la misma respuesta al problema de la marginacion de nuestros hermanos más empobrecidos y ensayemos legitimaciones “progresistas” de su situación de marginalidad.
Todo lo dicho anteriormente delinea un marco estratégico desde donde pensar la organización de los trabajadores de la economía popular y la construcción de unidades productivas solidarias, con el objetivo intermedio de realizar la sociedad sin esclavos ni excluidos. Solo socializada y planificada, la economía popular puede significar trabajo y dignidad para todos. Desregulada, privatizada y estratificada no es más que una forma degradada, precaria y particularmente salvaje de capitalismo.
La estratificación de nuestras comunidades más pobres se nos aparece como un hecho, como un dato de la realidad que debemos modificar con la lucha paciente de las organizaciones populares. En ese camino, nunca confundir consecuciones con paradigmas, nunca hacer de la necesidad una virtud, nunca mitificar la explotación familiar, el trabajo infantil, la empresa clandestina, la cooperativa trucha o la autoexplotación. Porque es esto y no otra cosa lo que quieren Vargas Llosa y su clase de referencia, sentir que el Negro Cucaracha tiene todo bajo control (“me lo han puesto de guardaespaldas y no sé por qué pues en este rincón de La Victoria me siento más seguro que en el barrio donde vivo”) y no necesitan ensuciarse las manos para neutralizar a esa masa humana que el capitalismo deja afuera de la sociedad salarial, del trabajo decente, de los derechos sociales.
Negar la necesidad de realizar concesiones es desastroso para una estrategia de poder popular. Confundir las concesiones con paradigmas es una claudicación. La economía popular liberalizada, privatizada, desregulada, sin Estado, sin derechos sociales, regida por punteros y “empresarios populares” (sin importar el ropaje que se pongan), no es más que una impostura para legitimar una sociedad dual.