Buen artículo que ha tomado la mayoría de la información de lo que denuncia la Alameda, aunque no nos menciona. Tampoco habla que muchas de las marcas que ese mismo diario publicita en su suplemento de Moda se valen de esos mismos talleres esclavos que hoy la editorial denuncia. De hecho el domingo hicieron una lavada de cara a la futura esposa del jefe de Gobierno, Mauricio Macri. Jualiana Awuada es propietaria ella y sus parientes de dos marcas de ropas,la que lleva su apellido y Cheeky. Este año denunciamos y comprombamos con cámaras ocultas que utilizan trabajo esclavo. La policía de trabajo de Macri nunca actuó.
Editorial II
El trabajo clandestino
A pesar de las denuncias y de los accidentes, en la ciudad de Buenos Aires siguen existiendo talleres encubiertos
Miércoles 13 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa
En pleno siglo XXI, la ciudad de Buenos Aires continúa dándoles albergue, mal que pese, a talleres clandestinos dedicados, en su mayor parte, a trabajos vinculados con la industria textil.
Dentro de ellos, contraviniendo en forma abierta la legislación en vigor e inclusive burlándose de elementales normas de convivencia, hay operarios, casi siempre extranjeros, que son objeto de una deleznable explotación que muchas veces puede equipararse con la lisa y llana esclavitud.
A pesar de los controles y de las sanciones que recaen sobre ellos cuando estos talleres son descubiertos, ya sea por denuncias o como consecuencia de inspecciones concretadas con éxito, aquí todavía quedan alrededor de 3000 de esos lugares.
Hace cuatro años, uno de ellos se incendió y dentro de él perecieron seis personas, cuatro de ellas niños. No hace mucho, otra criatura fue abandonada por su madre en la puerta de un supermercado: la mujer, de nacionalidad boliviana, adujo que vivía en el taller clandestino en el cual también trabajaba y que no podía mantener a su hijo.
Quienes tienen ocupación en esos talleres, por lo general enclavados en villas de emergencia -la 1-11-14 y la 20 son las principales-, aunque hay otras zonas de concentración, son, en su mayor parte, inmigrantes provenientes de países limítrofes, traídos aquí bajo engaño por quienes finalmente resultan ser sus empleadores.
Esos trabajadores carecen de parientes y de documentación, por lo cual son presa de explotadores que los mantienen bajo un régimen de semiesclavitud: encierro riguroso; horarios extensos, de 7 a 22; imposición de comer y dormir poco menos que al pie de las máquinas; salarios escasos, y hasta descuentos para cobrarles el pasaje de venida al país.
Según denuncias, uno de los factores que incidirían en la subsistencia de esas lacras sería la falta de continuidad de la fiscalización a cargo del gobierno porteño.
En cambio, las autoridades locales han informado, a través de la Agencia Gubernamental de Control, que, desde principios de 2008 y hasta estas alturas del año actual, se procedió a la clausura de unos 90 talleres y que esos controles han seguido creciendo año tras año.
La ubicación dentro de las villas no es otra cosa, por supuesto, que una pérfida estratagema para evitar las inspecciones, porque a los funcionarios les es difícil circular por las villas, y más todavía directamente ingresar en ellas y avanzar en esos laberínticos e inseguros núcleos poblacionales.
Desde Unicef Argentina hasta organizaciones no gubernamentales están hondamente interesadas en la eliminación de estos focos de despreciable explotación.
Pese a que en los últimos años se han publicado numerosos artículos periodísticos denunciando esta vergüenza, y pese a las clausuras e investigaciones, el drama que sufren estos trabajadores continúa en plena ciudad.
Las autoridades deberían ponerse decididamente a la cabeza de una lucha que honra a quienes de ella participan, puesto que significa pugnar por la libertad de muchos semejantes que son víctimas de esta lacra moderna, y que debería constituirse en una vergüenza para quienes todavía la toleran, ya sea por acción o por omisión.