Son tan simples y bellas las palabras que escribió el Papa Francisco en la semana del natalicio de Evita que sentí que debía compartirlas con gran parte del pueblo que la sigue amando y que de Ushuaia a la Quiaca la ha homenajeó en estos días. En ellas y en las del padre Benitez se recuerda la verdadera solidaridad cristiana, esa de la que hablaba Jesús en el ejemplo del buen samaritano.
Por Gustavo Vera
El martes 7 por la mañana, cuando se cumplían los cien años del nacimiento de María Eva Duarte, compartí con mi amigo las sentidas palabras de quien fuera su confesor y asesor personal , el padre jesuita Hernán Benitez. En sus memorias Benitez describe en sencillamente la auténtica solidaridad cristiana de Evita :
“Yo la acompañaba, a veces, a barrios suburbanos, en noches frías de invierno, a llevar medicamentos a un enfermo y entraba con ella en una casita humilde. En una cama, un señor jadeaba con dificultad y en su rostro se veían llagas profundas, purulentas. Ella entraba, saludaba a todos, dejaba los medicamentos en una mesa y luego se acercaba al hombre para darle una palabra de aliento y le besaba la cara. Y yo, pastor de cristo, que había estudiado el Evangelio en el colegio Máximo de Devoto, yo, que había dado no sé cuántas misas y había predicado en la Catedral, daba un paso atrás, yo, sacerdote, imagínese… Ella salía y me retaba. Era terrible. – Pero Padre. Usted se cree que vinimos nada más que a traer medicamentos como hacían las oligarcas de la Sociedad de Beneficencia. Vinimos a traer solidaridad, a que este hombre se sienta uno como nosotros, un argentino por el cual otros argentinos se preocupan y sufren por su estado y quieren fervientemente que se sane. No va a decir que no lo entiende, Padre… ¡Terrible! Ella era más cristiana que yo, para ella el cristianismo no era un sermón, ni una hostia, era mucho más, era sentir el dolor de los desamparados ¿ comprende?- (Memorias del Padre Benítez, el confesor de Eva Perón).
El jueves 9 de mayo el padre Jorge respondió:
Me emocionó el relato del P. Benìtez. Es la apología de la ternura. Hay un abismo entre el “hacer beneficiencia” y expresar la solidaridad cristiana, y ese abismo se resuelve con ternura. Este mundo virtual, lleno de opinólogos, magnificó la distancia, anuló la cercanía y perdió la capacidad de acariciar; ya se olvidó de la ternura.
La solidaridad cristiana no es beneficencia, es sentir el dolor de los desamparados y expresar esa fraternidad con ternura y cercanía a los más necesitados. Estos dos hermosos testimonios sobre Evita, uno de su confesor personal y otro del actual vicario de Cristo nos invitan a reflexionar sobre el accionar solidario de Evita desde la cercanía y el corazón. Inspirándonos en su ejemplo, será posible seguir soñando y luchando por sociedades justas, inclusivas y sustentables.