FOTO: Mujeres bajo la explotación sexual en el prostíbulo La Posada.
La (puta) libertad era el título original de la nota de opinión que escribió la periodista Belén Cano para el diario marplatense El Atlántico. El artículo es un debate sobre la prostitución, la libertad de elegir, la explotación sexual y la trata de personas. La Alameda comparte este interesante escrito.
http://www.diarioelatlantico.com/diario/2011/05/09/27281-sin-pase-a-la-libertad.html
Sin pase a la libertad
“De chica soñaba con ser prostituta”, cuenta Cecilia. Ella tiene 22 años y un niño de casi 5 que dejó en su Paraguay natal al venirse para Mar del Plata hace ya unos 4 años. No hay niña ni niño que pueda soñar con prostituirse. Tal vez nazcan pesadillas producto de un abuso sufrido. A lo mejor no busque ser como su maestra porque no va a la escuela, e intente imitar a una hermana, una tía, una prima que hayan tenido que prostituirse. Pero suena a discurso armado, a intentar negar sueños y verdades. Cecilia se oculta detrás de sus anteojos negros y habla como si se tratara de un libreto escrito a medida. Casi lo cree.
Ella, como muchas otras mujeres, sufre la explotación sexual. Aquí no hay libertad. Hay necesidad. ¿Qué sucedería si decide salir del prostíbulo donde hoy está y pararse en la esquina como sucedía años atrás en Mar del Plata? Más allá de la exposición de la mujer, el dueño del cabaret no estaría contento en dejar de ganar la mitad de lo que paga cada cliente/prostituyente por un rato de su cuerpo. Claramente no hay libertad de elegir.
En los privados y bares nocturnos de la ciudad donde se fomenta la explotación sexual y trata de personas, los proxenetas se apropian de las chicas. Hay apropiación de persona, de su libertad, y hasta su identidad porque María no se llama María sino Nicole. Los nombres deben ser de fantasía para atraer a los ocasionales prostituyentes.
El caso de La Posada rozó el absurdo. Un grupo de diez chicas se manifestó en la puerta del prostíbulo cerrado pidiendo “trabajar”. Cabe preguntar hasta dónde llega la apropiación de sus personas que salen a pedir seguir siendo explotadas. De cada 240 pesos que cobran la hora –según ellas revelan-, la mitad queda en manos del dueño del lugar, que es también dueño del hotel lindante donde se realizaban los ‘pases’. Un negocio redondo. Ellas salieron a la calle pero no después de cerrado el lugar, sino luego de que se escrachara la responsabilidad del dueño y su abogado. Llamativamente, las jóvenes tenían carteles armados con palos, un bombo, un redoblante e hicieron una convocatoria mediática que incluyó medios locales y nacionales. Apuntaron contra la Alameda –organización abocada al rescate y asistencia de víctimas de trata con fines de explotación sexual o laboral- cuando la clausura estuvo a cargo del Municipio.
Pero en esta situación irrumpen otros interrogantes: ¿por qué esas chicas estaban ahí? ¿Por qué nadie hizo nada por ellas? ¿Dónde irán ellas si nadie les ofrece otra alternativa para sobrevivir?.
Cecilia explica que también en su país se prostituía, siendo adolescente. Confiesa que decidió venir para Mar del Plata porque allá apenas juntaba unas monedas, a cambio de su cuerpo. La mujer, así, se transforma en un objeto, una cosa, que aún muchos creen que puede usarse y desecharse.
Cecilia, como muchas otras mujeres, se expone entera ante cada prostituyente. Es explotada sexualmente por un hombre que gana dinero a costa de su cuerpo. El proxenetismo está prohibido por ley, pero de a decenas se cuentan los prostíbulos y privados en Mar del Plata.
Cecilia, como muchas otras mujeres, no tuvo elección de vida. La falta de posibilidades es también falta de libertad. No contemplar esto es seguir creyendo que la prostitución es el oficio más viejo del mundo, es creer que la explotación sexual es facilitarles la vida a las chicas, es creer que una prostituta debe satisfacer todos sus deseos aunque ni un solo sueño propio pueda alcanzar.
Se saca provecho de su situación de vulnerabilidad y pobreza, de la falta de opciones. También puede haber engaños, maltratos físicos y psicológicos, secuestros y desapariciones en democracia. La prostitución es caldo de cultivo para la trata.
Tanto la Organización de las Naciones Unidas como la Organización Internacional para las Migraciones consideraron la trata de personas un delito transnacional que, en la actualidad, supera en todo el mundo al tráfico de armas en cuanto al volumen de dinero que maneja, y que quedó un escalón por debajo del narcotráfico. Se estima que el delito arrojó ganancias de 16 mil millones de dólares el año pasado. Semejante negocio, no es sencillo de desmantelar.
Las complicidades son sabidas: no puede existir el delito de trata sin un poder político, judicial y policial cómplice. Afortunadamente hay fiscales que investigan y representantes políticos que combaten la explotación sexual. Una ley de trata que tipifica el delito como federal fue un paso importante para avanzar contra proxenetas. Hubo juicios y condenas. Es necesario no quedarse en el último eslabón y desmantelar las cadenas delictivas. Es urgente brindar asistencia a las víctimas, un real rescate que dé nuevos horizontes, y que no solo se contabilicen las chicas encontradas en los prostíbulos para las estadísticas.
Ellas, su resguardo, es motor de muchas luchas que dan organizaciones de la sociedad.
“Ninguna mujer nace para puta”, revelan los grafitis de las grandes ciudades, por si alguno o alguna aún están desprevenidos.
Por Belén Cano
bcano@diarioelatlantico.com