Por Gustavo Vera, legislador y titular de la Alameda.
Sobre 32 selecciones en disputa, Argentina fue segunda y estuvo muy cerca del campeonato. Debemos estar muy orgullosos de estos jugadores que llegaron a la final de modo limpio, con un trabajo casi silencioso, colectivo, ordenado, donde se premio el esfuerzo, no tuvimos expulsados, no hubo vedetismos, donde ningún jugador transmite valores negativos, donde el “genio” es de perfil bajo y donde como dijo Mascherano “se dignificó al deporte”. Los millones de pibes argentinos que siguieron paso a paso las alternativas de este mundial y vieron a estos jugadores como sus ídolos se encuentran con valores muy diferentes a los que estábamos acostumbrados.
Hubo épocas en que festejábamos los desbordes, el vedetismo, la trampa y el todo vale. Hubo épocas donde los genios eran impunes porque eran genios y todo les estaba permitido. Y no sólo en el deporte, también en el ámbito de la cultura y la política padecimos la cultura del “héroe salvador” del que depende absolutamente todo. Ahora nuestros genios se consideran parte del todo, son disciplinados en los entrenamientos, apuestan al colectivo y al esfuerzo, se alegran sanamente en las victorias y se entristecen sanamente en la derrota. Algunas veces brilló Messi, otras Mascherano, pero ni uno ni otro se la creían y siempre reivindicaban el trabajo colectivo y se sentían como una pieza más dentro del entramado de piezas que conforman un equipo.
Y tuvimos un técnico que es un técnico. Que no está delante, sino detrás de los jugadores y que sin embargo es el alma que tuvo claro que lo esencial es la calidad del grupo humano más allá de la técnica y la habilidad. Y que no dudó en dejar afuera a jugadores muy habilidosos pero que traerían problemas a la cohesión del grupo. Un técnico que les explicó a sus jugadores que no había que subestimar a nadie, que les explicaba que los chicos de Bosnia habían tenido su cuna en la guerra más horrible y que por eso eran un escollo dificilísimo, que los de Irán también estaban templados en las durísimas condiciones de su país y que tenían una enorme capacidad de resistencia y que aprovechaba las charlas técnicas, no sólo para hablar de fútbol, sino además para darles alguna enseñanza para la vida.
El equipo a veces brilló y a veces no, pero fue solidario, constante, esforzado y disciplinado. Y festejan como chicos, sin un desborde, sin un escándalo, sin dimes y diretes en la concentración, sin nada de lo que tengamos que avergonzarnos.
En un país donde ha sido desbastada la cultura del trabajo y el esfuerzo, donde lo que prima es el individualismo y el sálvese quien pueda, donde parece no tener ninguna importancia el esfuerzo colectivo, donde la genialidad suele ser un boleto a la impunidad, este equipo va a contramano de la cultura que supimos “construir” porque nos enseña una fórmula del “éxito” basada en los valores de la sencillez, el esfuerzo y donde lo más importante es el grupo humano.