Mañana jueves 9 y el viernes 10 de noviembre se llevará a cabo en el Vaticano un Coloquio de juezas y procuradoras sobre el crimen organizado y todo lo vinculado a las nuevas formas de esclavitud.

En ese sentido, participarán juezas y procuradoras de los cinco continentes, entre ellas la Procuradora General de la Nación, Alejandra Gils Carbó, la presidenta de la Asociación de Mujeres Jueces de la Argentina, Susana Medina de Rizzo, la jueza del Tribunal Oral Federal número 2, Camila Perilli, hoy a cargo de la causa conocida como AMIA 2, y la fiscal federal de Mar del Plata Laura Mazzaferri.

En tanto, del plano internacional se destaca las presencias de la alcaldesa de Madrid y ex jueza, Manuela Carmena, una magistrada siria, Rabaa Al Zreqat que actualmente está refugiada en Holanda y que en su país trabajó en causas relacionadas con delitos federales como trata y narcotráfico, Agatha Okeke, una jueza nigeriana que está a cargo de la investigación por el secuetro de mnás de 80 chicas a manos del grupo terrorista Boko Haram.

La idea de este coloquio es darle una perspectiva de género a los  problemas como la trata y el crimen organziado, pero además la disparidad que hay entre un género y otro con respecto a ocupar los cargos dentro del Sistema Judicial.

Durante el encuentro realizado el año pasado, el Papa Francisco recordó que tanto él como su predecesor Benedicto XVI han señalado que “estos son verdaderos crímenes de lesa humanidad que deben ser reconocidos como tales por todos los líderes religiosos, políticos y sociales, y plasmados en las leyes nacionales e internacionales”.

El director de las Pontificias Academias de las Ciencias y de las Ciencias Sociales del Vaticano, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, sostuvo que se siente “muy honrado y agradecido por el sorprendente hecho de que las Naciones Unidas hayan reabierto en su momento la discusión sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible para incorporar la Meta 8.7, ante el pedido del Papa Francisco al entonces Secretario General, Ban Ki-moon, en la Casina Pío IV”. 

El Papa había destacado que “para la realización de este complejo y delicado proyecto humano y cristiano: liberar la humanidad de las nuevas esclavitudes y del crimen organizado”, la Academia cumple su pedido y también se cuenta con el apoyo de las Naciones Unidas.

“Hay una mayor conciencia en esto, una fuerte conciencia”, señaló Francisco, que también aprovechó la cumbre para reflexionar sobre la labor de los jueces y pedirles que “realicen su vocación y misión esencial, la de establecer la justicia sin la cual no hay ni orden, ni desarrollo sostenible e integral, ni tampoco paz social”.

“Uno de los más grandes males sociales del mundo de hoy es la corrupción en todos los niveles, la cual debilita cualquier gobierno, debilita la democracia participativa y la actividad de la Justicia”, denunció.

Asimismo, agregó: “A ustedes, jueces, corresponde hacer justicia, y les pido una especial atención en hacer justicia en el campo de la trata y del tráfico de personas y, frente a esto y al crimen organizado, les pido que se defiendan de caer en la telaraña de las corrupciones”.

El Papa explicó que hacer justicia no es “buscar el castigo por sí mismo, sino que, cuando caben penalidades, que estas sean dadas para la reeducación de los responsables de tal modo que se les pueda abrir una esperanza de reinserción en la sociedad, o sea, no hay pena válida, sin esperanza”.

“Una pena clausurada en sí misma, que no dé lugar a la esperanza, es una tortura, no es una pena. En esto yo me baso también para afirmar seriamente la postura de la Iglesia contra la pena de muerte”, expresó.

 

El siguiente es el texto introductorio a los participantes de la convocatoria para el coloquio de la semana próxima:

Para el coloquio de la semana que viene se han “convocado a esta cumbre desde la convicción de que la esclavitud moderna, en términos de tráfico humano, trabajo forzoso o forzado, prostitución y venta de órganos, es un delito de lesa humanidad que debe ser reconocido como tal, según lo pidieran y definieran en repetidas ocasiones el Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco”.

Dicha Meta 8.7 reza: “Adoptar medidas inmediatas y eficaces para erradicar el trabajo forzoso, poner fin a las formas modernas de esclavitud y la trata de seres humanos y asegurar la prohibición y eliminación de las peores formas de trabajo infantil, incluidos el reclutamiento y la utilización de niños soldados y, a más tardar en 2025, poner fin al trabajo infantil en todas sus formas”.

Es también un hecho memorable e histórico que la Meta 8.7 y los demás objetivos hayan sido unánimemente aprobados después del discurso que el Papa Francisco pronunció ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2015. “Ahora, los 193 países que componen las Naciones Unidas tienen el deber de aplicar

este acuciante imperativo moral para erradicar las nuevas esclavitudes cuanto antes y de la forma más eficaz posible”, sostuvo el Sumo Pontífice entonces.

Justamente, los Papas Benedicto XVI y Francisco definen el tráfico humano como un grave delito contra la humanidad porque sus víctimas sufren hoy día la peor forma de exclusión en la que ha dado en llamarse “la globalización de la indiferencia”.

Para delinear este tipo de exclusión, de desprecio y, en definitiva, de no-participación en lo mínimo humano, es preciso comprender que la violencia de este delito de lesa humanidad no consiste solamente en el ataque a la integridad corporal y en los abusos de todo tipo –tortura, repetida violación sexual, extracción de órganos, trabajo forzado incluso de niños– que sufren las víctimas, y que ven así destruida la confianza primaria hacía sí mismas y hacia los demás. Aquí están en juego, también, las violencias en el alma, que dejan llagas abiertas incluso más complejas y profundas que las ya terribles a la integridad corporal.

Los amigos, aquellos que se quieren, se aprueban mutuamente y se afirman en su existencia. Las víctimas no pueden tener amigos verdaderos, carecen de esa aprobación de la existencia que hace de la amistad el “bien único”, tal como lo define Simone Weil inspirada en Aristóteles. 

La humillación de la víctima, percibida como el retiro o el rechazo de la aprobación a existir, atenta ante todo en un nivel – vamos a llamarlo pre-jurídico– contra ese “ser-con-y-estar-con” el otro que caracteriza la amistad. 

La persona humillada se siente mirada desde arriba o, mejor dicho, tenida por nada. Al estar privada de esa aprobación existencial que significa la amistad, la persona es como un no-existente. La humillación del trabajo forzado, de la prostitución, de la extracción involuntaria de un órgano, además de la violación del cuerpo, desde este punto de vista consisten en la sensación por parte de la víctima de no existir como persona, al no ser tomada en cuenta como un fin en sí, sino como un simple medio para otro o propiedad de otro: se la vuelve una cosa, un objeto.

Pero, en el caso de la prostitución, hay todavía algo peor que la desaprobación como un ser no-existente: se trata de la traición en lo más íntimo del afecto, algo fundamental para una joven. Las familias, cuando entregan una hija a la prostitución, como suele pasar en casos de extrema pobreza y en ambientes de promiscuidad,

la traicionan en el afecto que ante todo deben darle, y que su hija debe recibir de ellos. 

Asimismo, cuando el “compañero de vida” (lo que en inglés se llama partner) o el novio de una joven le promete el oro y el moro para luego meterla en la prostitución, la traiciona en lo más íntimo: en la relación de amor como mutua aprobación y “vínculo de perfección”.

 

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