La década del noventa, fue el punto culmine de un largo proceso de contraofensiva brutal del imperialismo y sus grandes capitales contra la clase obrera, no sólo en Europa del Este, sino en todo el planeta. Con todo el mercado mundial a su disposición y sin obstáculos a la vista, las multinacionales se apropiaron de los recursos fundamentales de la economía en cientos de países e impusieron a los trabajadores la eliminación sistemática de sus derechos sociales y laborales obtenidos tras un siglo de luchas. De la mano de gobiernos liberales títeres, como lo fue el menemismo en la Argentina, los países imperialistas y sus instrumentos, las “Grandes Corporaciones Financieras Multinacionales”, penetraron en todas las ramas de la economía y precarizaron masivamente a los trabajadores en aras de la máxima ganancia. El empleo estable, aguinaldo, jubilación, subsidio por desempleo, los derechos a la sindicalización, entre otras conquistas laborales y sociales, pasaron a ser fenómenos en extinción mientras crecía la masa de desocupados, contratados, terciarizados y hasta esclavizados. La nueva relación de fuerzas sociales, entre el Capital y el Trabajo, se elevó a nivel de Ley del Estado bajo el eufemismo liberal de “Desregulación y Flexibilización Laboral”.La concentración de la riqueza y la centralización del capital en una pequeña capa social, la Moderna Oligarquía Financiera, tiene su reverso en la extensión de las condiciones de pobreza entre los trabajadores y sus familias. La misma distribución regresiva del ingreso, que brota de la misma estructura económica, es a la vez un obstáculo a la realización de la ganancia en el mercado. Hoy este obstáculo supera a las dificultades técnicas y de organización de la producción. En esto se sustenta que el “capital financiero y comercial” subordine al otrora dominante “capital industrial”. La “cadena de valor” se domina, gobierna, controlando o guiando las tendencias de la demanda y los canales de comercialización dejando a la extensa y compleja red de productores industriales y sus trabajadores “asalariados”, “independientes”, “serviles” o “esclavos” competir “libremente” por la asignación de la producción.En esta salvaje competencia mundial de las “corporaciones financieras” conlleva a una lucha despiadada por imponer sus marcas y de las fábricas terciarizadas por trabajar con ellas. Las condiciones de vida de los trabajadores se van degradando aceleradamente hasta llegar a las modernas prácticas de esclavitud. Levis, Niké o Microsoft ya no necesitan pagar “sueldos de convenio” en sus países de origen, si les es más rentable utilizar menores o embarazadas en Honduras, Filipinas o Tailandia a quienes les pagan centavos por la confección o armado de sus productos. Tener fábrica propia con los obreros “en regla” ya no es negocio para ninguna “corporación”. La “tercerización” en las condiciones más económicas posibles pasó a ser la regla para todas las “grandes corporaciones” que se disputan el mercado mundial. Sin embargo, como en muchos de los países donde se terceriza la producción aún existen convenios laborales que protegen a los trabajadores que son un obstáculo para reducir los costos, se apeló al tráfico de personas de un país a otro o de zonas rurales a zonas urbanas a fin de utilizar inmigrantes en estado de altísima vulnerabilidad social para esclavizarlos a niveles nunca vistos en la historia del capitalismo. En las industrias de la indumentaria, la ganadería, la agricultura, la construcción e incluso en el armado de dispositivos electrónicos comenzó a masificarse el tráfico y la explotación de inmigrantes en condiciones de servidumbre. Para ello, las “modernas corporaciones” se comportan y actúan como “modernas cadenas de relaciones mafiosas” que corrompen al Estado y a toda institución social en pos de sus objetivos. Los “modernos esclavos” del sudeste asiático, Centroamérica, Norte de África o América Latina y la Argentina, entre otras regiones, tienen todos similares características: trabajan entre 16 y 18 horas a destajo, fueron llevados de una región a otra con promesas falsas de trabajo próspero, están encerrados la mayor parte de la semana, son sometidos a brutales tratos, no tienen ningún derecho laboral, tienen ingresos por debajo de la línea de subsistencia y son sometidos mediante la coerción y el miedo. Estos modernos esclavos son el ejército que diariamente garantiza gran parte de los bienes de las marcas de primer nivel en el mercado mundial y su poder. Los Estados de los países donde crecen las prácticas esclavas se hacen los desentendidos porque han sido reducidos a su mínima expresión o corrompidos hasta las raíces. Muchos sindicatos tan sólo se preocupan de los obreros convencionados, dejando en total indefensión a quienes son víctimas del trabajo esclavo y precarizado y sin sospechar, tanto los dirigentes como sus bases, que de este modo cavan a mediano plazo su propia tumba.Frente a esta barbarie se levanta la Alameda y la Unión de Trabajadores Costureros convocando a los obreros, a los intelectuales honestos y a la población trabajadora en general a conformar un Movimiento por el Trabajo Digno y Contra el Trabajo Esclavo en la Argentina que no sólo denuncie estas prácticas, sino que sea la herramienta que vaya construyendo en el camino de la lucha la Unión de Trabajadores de las Quintas, la Unión de Trabajadores Ladrilleros y toda Unión que agrupe gremialmente a los compañeros que hoy no tienen como alzar su voces y puños para luchar por sus derechos laborales y sociales. Como la historia de la lucha del movimiento obrero mundial lo demuestra, la cadena de la explotación se corta por el eslabón más débil. Si la Esclavitud Moderna es la expresión más clara de la barbarie del capital y el poder de la Moderna Oligarquía Financiera , la organización gremial de los esclavos para romper sus cadenas es la llave de un nuevo porvenir sin explotadores, ni explotados.