Hace exactamente 23 años, la Argentina atravesaba una de las crisis más profundas de su historia reciente. El colapso de la convertibilidad no solo desmoronó un modelo económico, sino que empujó a millones de argentinos a la desesperación. El llamado “corralito” confiscó los ahorros de la clase media, cortó de raíz la cadena de comercialización y dejó a vastos sectores populares sumidos en el hambre, la incertidumbre y la angustia. La respuesta fue inmediata y masiva: cacerolazos, saqueos, movilizaciones, y una feroz represión que culminó con muertos en las calles y la renuncia del presidente Fernando de la Rúa, quien escapó de la Casa Rosada en helicóptero. En la semana siguiente, se sucedieron cinco presidentes hasta que se surgió un gobierno transitorio de Eduardo Duhalde, que finalmente convocó a elecciones presidenciales anticipadas.
Al calor de ese clima social, brotaron cientos de asambleas vecinales, movimientos piqueteros y fábricas recuperadas, al grito de “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!” y “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”. De Rivadavia hacia el norte, las asambleas se organizaban en torno a la lucha por la recuperación de los ahorros; hacia el sur, la prioridad era el combate contra el hambre y la desocupación. Compartían, sin embargo, un mismo enemigo: una clase política y una Corte Suprema completamente desprestigiadas. Y durante varios meses, confluyeron en la Interbarrial de Parque Centenario, espacio que reunía a los representantes de las asambleas de CABA y parte del conurbano.

Alrededor del ombú del Parque Avellaneda, en Lacarra y Directorio, un centenar de vecinos conformaron la Asamblea “20 de Diciembre”, una de las más de cuatrocientas asambleas desplegadas por toda la ciudad. Enfrente, desde hacía cuatro años, se alzaba un bar abandonado llamado “La Alameda”, que había quebrado por disputas entre sus socios y luego fue “comprado” a precio vil mediante una operación fraudulenta de la Liga de Rematadores.
Medio año después del estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001, un 8 de junio del 2002, los sobrevivientes de aquella asamblea recuperaron ese espacio abandonado y lo transformaron en un centro comunitario. Un lugar que tuvo que ganarse el derecho a existir mediante dos expropiaciones de la Legislatura porteña en 2004 y 2007. Allí se fundó una cooperativa de trabajo: la cooperativa “20 de diciembre”, integrada por costureros que escapaban de talleres clandestinos. Nació también la Fundación Alameda, para luchar contra el trabajo esclavo; funcionó la primera sede del programa de documentación del “Patria Grande”, donde se regularizó la situación de más de 4500 migrantes. El centro fue reconocido nacionalmente como el núcleo de la lucha contra la trata de personas, y fue sede —junto a otros países— de la primera marca global libre de esclavitud: “No Chains”.

Fue también un lugar escogido por el entonces arzobispo Jorge Bergoglio —luego Papa Francisco— para bautizar a hijos de costureros sobrevivientes de la esclavitud moderna. Visitante frecuente, Bergoglio encontró allí una iglesia sin paredes, viva, encarnada en el dolor y la esperanza de su pueblo.
De ese espacio surgieron también el Centro Demostrativo de Indumentaria de Barracas, administrado por el INTI, que agrupó a una decena de cooperativas textiles; el primer legislador por la Alameda en UNEN y luego Bien Comun en el periodo 2013-2017; fundadores de la Multisectorial Nacional 21F —que se extendió desde Ushuaia hasta La Quiaca, nucleando a más de 2000 organizaciones sociales y sindicales— en 2018-2019, y los cuadros que condujeron el Comité Ejecutivo de Lucha contra la Trata desde la Jefatura de Gabinete entre 2020 y 2024. Esa gestión logró que se rescataran mas de 5200 victimas durante esos años y que Argentina alcanzara el máximo reconocimiento internacional en la lucha contra la esclavitud contemporánea durante los cuatro años consecutivos de gestión por sus politicas en materia de prevención, persecución, fortalecimiento institucional y asistencia y proteccion a las víctimas.

A lo largo de este extenso e intenso recorrido, funcionó —y aún funciona— un comedor que alimenta a más de doscientos vecinos del barrio. Se realizaron denuncias contra más de 120 marcas, más de 4000 talleres clandestinos, 1500 prostíbulos y decenas de emprendimientos rurales con trabajo esclavo e infantil. De esas denuncias surgieron cientos de allanamientos y rescates. También funciona una cooperativa que fue madre del Polo Textil de Barracas, la red internacional de “No Chains” y numerosos emprendimientos productivos impulsados por la Multisectorial 21F y por la expansión de La Alameda en numerosas provincias.

La Alameda jugo un rol importante en la sanción de la Ley de Comunas en CABA, protagonista en la reforma de la Ley Nacional contra la Trata (Ley 26.842), autora de la ley que cerró wiskerías y cabarets disfrazados de locales nocturnos, de la ley del Día del Recolector de Residuos y, desde el Comité Ejecutivo de Lucha contra la Trata, impulsora de políticas públicas como el programa Reparar, el acceso a vivienda para víctimas de trata, y leyes para su reinserción laboral y la difusión de la línea 145.

Fue La Alameda quien descubrió el taller clandestino que confeccionaba ropa para la princesa Máxima de Holanda; la que cerró seis prostíbulos propiedad de un juez de la Corte Supremai; la que denunció y desmanteló la primera división de trata de la Policía Federal por coimas; la que logró encarcelar al ex SIDE Raúl Martins, dueño de una red de trata que unía Buenos Aires con Cancún y estaba vinculado a Mauricio Macri. También denunció los talleres de Daniel y Juliana Awada, publicó la foto de Macri dentro de un prostíbulo en Cancún (Mix Sky Loung, luego allanado y cerrado por trata), cerró los 39 prostíbulos del tenebroso complejo “Las Casitas” de Río Gallegos habilitados por el poder local, desbarató narcoprostíbulos en Recoleta y Mar del Plata, y sacó a la luz el trabajo infantil masivo en Mendoza, así como el enriquecimiento ilícito de agentes de inteligencia con vínculos en la trata y el crimen organizado.
La Alameda pagó un precio alto por su compromiso: más de 18 atentados contra su sede, dos intentos violentos de desalojo, amenazas, intentos de linchamiento por parte de dueños de talleres clandestinos y una campaña sistemática de difamación que no logró quebrarla. Porque la verdad, más temprano que tarde, siempre se impone sobre la calumnia.

Hoy, La Alameda se ha multiplicado en más de veinte provincias. Su organización y sus referentes son reconocidos dentro y fuera del país como pioneros en la lucha contra la trata de personas y el trabajo esclavo. También por el vínculo entrañable y permanente que el Papa Francisco mantuvo con esta organización, y la amistad personal que cultivó con uno de sus principales referentes durante 17 años. .
Esta es la historia de una humilde asamblea barrial, nacida al calor de la solidaridad y la justicia social, bajo la sombra del ombú de Parque Avellaneda y con una olla popular como bandera. Una historia sembrada de coraje, coherencia y militancia que ha contribuido a transformar la agenda pública, sancionar leyes, crear políticas públicas, legislar y gestionar para el bien común. Y que, pese a los errores y a los vaivenes de la historia, ha mantenido siempre intacto su objetivo: construir una Patria sin esclavos ni excluidos, libre y con justicia social.
La Alameda representa un ejemplo vivo de cómo una organización nacida en la crisis puede transformar la indignación social en construcción politica, institucional y comunitaria sosteniéndose en el tiempo con principios firmes y resultados concretos. Hunde sus raíces en las luchas del 2001 y se la reconoce por sus frutos de dignidad y justicia social.